Le carnet de voyage de la traduction de La République du Catch, une BD de Nicolas de Crécy traduite en espagnol par Sergio España —lauréat de la résidence de traduction 2015 octroyée par Écla Aquitaine— pour la maison d'édition Ponent Mon.

Le carnet de voyage de la traduction de La République du Catch, une BD de Nicolas de Crécy traduite en espagnol par Sergio España —lauréat de la résidence de traduction 2015 octroyée par Écla Aquitaine— pour la maison d'édition Ponent Mon.

Diario de la traducción de La République du Catch, un cómic de Nicolas de Crécy traducido por Sergio España para la editorial Ponent Mon, con el apoyo de la agencia regional del libro de la región de Burdeos.

Diario de la traducción de La République du Catch, un cómic de Nicolas de Crécy traducido por Sergio España para la editorial Ponent Mon, con el apoyo de la agencia regional del libro de la región de Burdeos.

El curioso caso de la interjección «oh»

Vamos a cerrar esta serie de tres entradas hablando de las interjecciones. En general, la mayoría de onomatopeyas son interjecciones. Dice el DRAE que son una «clase de palabras que expresa alguna impresión súbita o un sentimiento profundo, como asombro, sorpresa, dolor, molestia, amor, etc.»: «¡alto!», «puaj», «oh», «zas» o, mi preferida, «chitón», son interjecciones. Suelen ir entre signos de exclamación.

Uno de los mayores retos de la historieta contemporánea es conseguir que los personajes hablen. Al igual que hace un par de entradas hablábamos de ciertas onomatopeyas como unidades de las que no se espera tanto que las leas, sino que las escuches, el lenguaje propio del cómic (la sesuda semiótica) encuentra su mayor diferencia con la literatura escrita (ver El cómic como literatura de J. Torralba) en que no estás escribiendo para que tu personaje hable (como pasa en el audiovisual), estás escribiendo para que el público lea que habla. Entramos en lo que la teoría llama «oralidad fingida». En esto, como en todo, hay una inmensa evolución en las formas y en las prácticas comiqueras de las últimas décadas.

Teniendo en cuenta que las lenguas son códigos de representación y comunicación esencialmente orales que se generan en una facultad, el lenguaje, común a todos los seres humanos que es el resultado de un proceso evolutivo de miles de siglos. Considerando que la escritura es un sistema simbólico y comunicativo de naturaleza gráfica que tiene por objeto representar sobre soporte estable los textos (esto es la introducción de la Ortografía de 2010 de la RAE) y que apenas lleva un par de miles de años entre nosotros, por no decir pocos siglos... Nos queda que los libros se llevan editando desde hace pocos siglos y los cómics desde hace pocas décadas, así que apenas estamos en los albores de un código, el del cómic, al que le queda un largo recorrido. Todo este rollo para decir que los códigos usados hace apenas 30 años en el cómic, esos vaqueros con un palo en el culo diciendo «oh, no se preocupe señorita, yo la sacaré de ahí» ya no nos valen. Hemos superado esas restricciones y, entre todos, estamos volando hacia nuevos códigos que perfeccionen nuestro medio como forma de expresión.

Y ahora ya, hablemos de traducción. En general, los/as autores/as de cómic no son redactores/as, no han tenido una formación lingüística que haya educado su enfoque comunicativo hacia la comunicación escrita. Muchos/as son dibujantes, claro, otros/as vienen de diferentes ámbitos, son creadores/as, tienen ideas y las plasman. El lenguaje escrito y su evolución está más en los/as profesionales de la lingüística, de la corrección, de la traducción. La literatura escrita, aunque parezca un trabajo solitario fruto de una sola persona, es más coral. Siempre interviene, al menos, un/a editor y un/a corrector/a (son famosas algunas anécdotas de García Marquez y sus correctores/as, que acaso este cuento de J. Ninapayta refleje como nadie).


Si miramos el diccionario, en la entrada de «oh» nos hablan de diversos movimientos del ánimo, de asombro (¡oh, vaya!), de pena (¡oh, lástima!) o de alegría (¡oh, qué bien!). Tras varios siglos de escritura, se ha llegado a esa convención. Pero lo cierto es que ya no nos sirve. Y menos en un cómic que queremos vivo, que nos habla de nuestra realidad, de nuestras miserias, de nuestras alegrías y nuestros fracasos. Y lo que nos vale al leer a Quevedo, no nos vale con Spiegelman, Sacco o de Crécy. Y habrá quien nos acuse de sobretraducir, pero no es cierto; no estamos superando al autor, no estamos arreglando su discurso o sus interjecciones, que es más prosaico, estamos adaptándolo a lo que quiere conseguir: en el caso de la única viñeta de esta entrada, una sorpresa.

Y si no hubiera conocido a Reyes Bermejo hace unos años en una cena de Asetrad, igual ese «oh» francés seguiría siendo un «oh» en la versión en español. Pero ella omnipotente y omnipresente: traductora audiovisual, profe universitaria, formadora y gestora de formación... nos contó entre vino y vino cómo había llegado a la conclusión de que en español solo decimos «oh» en tres situaciones (que no cuento, porque es su teoría y la debe contar ella) y por eso, en la viñeta que ilustra esta entrada, en la que Mirabelle se asusta al ver a alguien extraño, la versión española dirá: «anda», «uy», «vaya», «coño», «qué susto» o algo por el estilo, pero nunca «oh», porque no lo decimos en España al asustarnos. Y es que en las interjecciones se juega gran parte de la calidad de una traducción.

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